La secularización en la Ilustración

De EIFA - Estudios Interdisciplinares de las Fuentes Avilistas

La Ilustración y la secularización

7.1. Introducción y objetivos

Seguimos recorriendo el proceso histórico de la secularización. Tras haber estudiado el protestantismo, nos fijamos ahora en el siguiente hito, que se corresponde con la Ilustración. La clave para comprender el papel de la Ilustración en la secularización está en verla como la desvinculación del hombre con la revelación divina. Es decir, la ilustración corta el hilo de comunicación entre Dios y el hombre, aun cuando siga admitiendo la existencia de Dios en abstracto. En la práctica, eso es como hacer desaparecer a Dios, paso que darán explícitamente los autores que estudiemos en el próximo tema.


En este séptimo tema nos proponemos los siguientes objetivos:


  • Explicar cómo la Ilustración niega la posibilidad del conocimiento de Dios, que el pensamiento cristiano afirma.
  • Mostrar las diferencias entre el antropocentrismo exclusivo de la ilustración y el antropocentrismo cristiano renacentista.
  • Explicar el lugar de la religión en la concepción deísta ilustrada.
  • Exponer el concepto de moral autónoma y sus reflejos en la política y el derecho: el liberalismo y iuspositivismo, característicos de la Ilustración.
  • Valorar la Ilustración en cuanto supone un paso más en la desvinculación del hombre con respecto a Dios.
  • Explicar cómo se difundieron las ideas ilustradas y la secularización que llevaban consigo.


7.2. Ideas generales sobre la Ilustración

Pasamos pues a analizar la siguiente etapa del proceso secularizador: la Ilustración. Este movimiento intelectual, que se prolonga a lo largo de dos siglos, es demasiado extenso y complejo para exponer aquí siquiera el pensamiento de los principales autores. En realidad, la Ilustración puede verse como un esfuerzo combinado, «multidisciplinar» que diríamos hoy, para crear un nuevo orden en todos los ámbitos (cultural, científico, social, político, etc.), que reemplazase al de la Cristiandad. De este modo, entre los pensadores que llamamos ilustrados podemos encontrar aportaciones en todos los ámbitos del saber, como lo ejemplifica la obra característica por excelencia de la Ilustración: la Enciclopedia.


Siendo esto así, y teniendo en cuenta las limitaciones a las que debemos ceñirnos en esta exposición, optaremos por presentar de manera general las ideas principales acerca de lo que supone la Ilustración en el proceso secularizador, mencionando acaso a algún autor que ejemplifique un determinado punto, o que haya sido clave para su desarrollo. Por supuesto, entre los distintos pensadores que pueden considerarse ilustrados, que son muchos, habrá diferencias en lo que se refiere a los asuntos que aquí tratamos. No a todos se les pueden aplicar en la misma medida y por igual las afirmaciones que haremos. Más bien, estas ideas generales que presentamos son las que han llegado a formar parte de la cultura secularizada, como si dijéramos el legado o el «poso» que ha quedado en nuestra cultura del conjunto de la Ilustración, y las exponemos en la medida en la que han contribuido a secularizar nuestra cultura.


7.3. Imposibilidad del conocimiento de Dios

Los pensadores ilustrados sólo admitían como fuentes de conocimiento la razón y la experiencia. La fe en una revelación divina queda absolutamente descartada como verdadera fuente de conocimiento. Y, aún la razón y la experiencia, las entendían de manera distinta a como lo hacía el pensamiento clásico cristiano, que veía en ellas un medio para comunicarse con Dios. Vamos a explicar más despacio cómo en la Ilustración se cierran las dos vías de conocimiento de Dios que existen en el pensamiento cristiano clásico y medieval: la razón que es capaz de conocer el mundo y a su Creador, y la fe en la Palabra revelada de Dios. El filósofo ilustrado que asentó los grandes postulados sobre conocimiento humano y su relación con Dios fue I. Kant (1724-1804), cuyo pensamiento daría lugar al idealismo filosófico. El lector ya estará familiarizado con el pensamiento de Kant y los idealistas alemanes, o puede estudiarlo en muchas otras fuentes; por eso consideramos innecesario cargar la exposición con citas y terminología de estos filósofos, prefiriendo comparar las líneas fundamentales del pensamiento ilustrado en general, como indicábamos en la introducción, frente al pensamiento cristiano clásico.


7.3.1. Negación del conocimiento natural de Dios

En el pensamiento cristiano clásico, recogido por los teólogos medievales, la razón y la experiencia están unidas en el proceso de conocimiento. El ser humano experimenta la realidad sensible a través de sus sentidos, y con su inteligencia es capaz de leer, en esa realidad sensible, el orden racional que Dios ha puesto en ella. Esto es posible porque su inteligencia es una participación en la de Dios, pues está hecho a su imagen. De esta manera, el mundo es un medio por el que Dios se comunica con el hombre. Eso es lo que llamábamos la «revelación natural» de Dios al hombre.


En esta manera de entender el conocimiento humano, Dios es la medida de la verdad. El pensamiento del hombre será verdadero cuando se corresponda con la realidad objetiva que Dios ha creado, y será falso cuando no se corresponda.
Para los ilustrados, esas conexiones entre la experiencia sensible y la razón, entre el hombre y el mundo, y entre el hombre y Dios, se han roto. El hombre ilustrado no tiene interés en conocer el mundo como es, y directamente descarta la posibilidad de que haya una verdad objetiva, anterior a él, que pueda y deba descubrir. En su lugar, se sitúa a sí mismo como fuente de la verdad. Es él mismo el que debe utilizar su razón para ir creando una verdad que no tendrá pretensión de ser absoluta y objetiva para todos. En la primera etapa de la Ilustración, se daba por sentado que la razón humana, a la que se consideraba prácticamente infalible, llegaría a unos principios universales aceptados por todos, pues todo el mundo usaría bien de su razón. Pero lo que después iría sucediendo es que el concepto de verdad evolucionaría hacia una verdad no única y absoluta sino múltiple y opinable, que solamente será válida para el que la ha creado usando su propia razón, o para todos aquellos que decidan aceptarla mediante el consenso. Por consiguiente, la verdad estará sujeta a cambios dependiendo del individuo o las circunstancias. Es lo que se llama el «subjetivismo» y el «relativismo».


Por otra parte, Dios aparece como un mero postulado, como un creador que ha hecho el mundo, y le ha dado sus leyes, pero después lo ha dejado que siga su curso, desentendiéndose por completo de él. El mundo no es un medio para que el hombre conozca a Dios usando su razón: ni es esa la intención del creador, ni el hombre puede conocer en realidad ni el mundo ni a Dios, pues su conocimiento no puede alcanzar la verdad de las cosas. El conocimiento del hombre se limita a los fenómenos, a las cosas tal y como le aparecen a él, sin ninguna garantía de que se correspondan con la realidad. A lo más que puede llegar el conocimiento humano en referencia al mundo, es a establecer una serie de leyes que le sirven para dominarlo mediante la técnica, y de esa manera utilizarlo para su provecho.

7.3.2. Negación del conocimiento sobrenatural por la fe

El pensamiento cristiano distingue dos fuentes de conocimiento en el ser humano. Una es la razón, que examina la realidad y aprende de ella. La otra es la fe, que escucha la Palabra que Dios dirige al hombre, y cree en ella. Dios ha querido intervenir en la historia, y hablar a los hombres directamente, como amigos: eso es lo que se llama la «revelación sobrenatural». La finalidad por la que Dios ha llevado a cabo esta iniciativa es doble:

* Para ayudarnos a conocer con certeza verdades importantes que son de orden natural, y podríamos conocer con nuestra razón y la experiencia, pero dada nuestra debilidad tendemos a equivocarnos.

  • Para darnos a conocer otras muchas cosas que nunca podríamos haber aprendido con nuestra razón, pues nos superan enormemente, y tienen que ver con el ser mismo de Dios y con su plan para el hombre y el mundo.


Pues bien, los ilustrados niegan radicalmente la posibilidad de que Dios se revele. Su Dios, como hemos dicho, no se preocupa en absoluto del desarrollo del mundo, y mucho menos pretende intervenir en él. Además, el escuchar una revelación divina y aceptarla, sin comprenderla con su propia razón, sería una actitud infantil, impropia del hombre, adulto que debe adquirir él mismo su propio conocimiento y normas de conducta a través de su razón.


La fe queda así reducida, como máximo, a un mero acto de voluntad subjetivo: consiste meramente en una creencia en que Dios existe, a manera de postulado de la moral. Nosotros experimentamos un sentido del deber, que nos compele a actual moralmente, y eso solamente tiene sentido si hay un Dios ante el que tengamos que responder. Por tanto, aunque no podamos saber si Dios existe o no, hay que actuar «como si Dios existiera». La fe no es una fuente de conocimiento, es simplemente un fundamento necesario para la moral. Por lo tanto, el alcance de la fe queda reducido a la esfera individual: es una motivación subjetiva para que el individuo actúe moralmente. Pero de ninguna manera tiene la fe algo que decir en los asuntos públicos, sociales, políticos, científicos, o cualquier otro ámbito fuera de la intimidad de la conciencia.


En general, los ilustrados rechazan la idea de una revelación sobrenatural de Dios que deba ser aceptada por la fe, pero en algunos de ellos este rechazo toma la forma de una crítica vehemente, que es particularmente notoria en los ilustrados franceses. Todo lo que hay de sobrenatural en el cristianismo, y en la Iglesia Católica de manera particular, es rechazado como contrario a la razón y supersticioso. Los ataques a la Iglesia y a la Biblia toman en estos autores un cariz muy agresivo, que acabaría derivando en persecución religiosa contra los cristianos a partir de la Revolución Francesa.


7.4. Antropocentrismo exclusivo

Estamos acostumbrados a estudiar, en la historia del pensamiento occidental, que el Renacimiento y el Humanismo marcaron el cambio de orientación en ese pensamiento, de una mentalidad teocéntrica a una antropocéntrica, y que luego la Modernidad sería el desarrollo de ese antropocentrismo.


Esa explicación puede ser bien entendida, siempre que se tenga presente una distinción de crucial importancia. Como dijimos en el tema anterior, el humanismo renacentista es esencialmente cristiano, y no se entiende sin la referencia a Dios. El hombre es grande y digno de atención porque es imagen de Dios. El colocar a Dios en el centro no quita grandeza al hombre, sino al contrario, se la aumenta. Eso es porque no se ve a Dios como un competidor del hombre por ocupar el papel protagonista en el desarrollo de este mundo, sino como un Padre que quiere promover a sus hijos a la más alta dignidad posible. En este sentido, el pensamiento humanista del Renacimiento está en plena continuidad con el medieval: antropocentrismo y teocentrismo van de la mano, porque el hombre y Dios no compiten por el mismo lugar, sino que cada uno ocupa el que les corresponde, en su relación como criatura y Creador.


Podríamos usar la comparación de una obra teatral, de la que Dios sería el productor y director, y el hombre estuviera llamado a ser el protagonista. Cuanto más se eleve la calidad artística del director y de la obra, más relieve adquirirá también el papel del actor principal, y a su vez el buen trabajo que desempeñe este último redundará en mayor prestigio para el director y su obra.


La verdadera revolución es la que se introduce con el paso a la Modernidad, pues es ahí donde se introduce un antropocentrismo exclusivo. Se introduce la idea de que el asumir una dependencia con respecto a Dios disminuiría la dignidad del hombre, en lugar de acrecentarla. Por tanto, para ensalzar al ser humano es necesario eliminar a Dios de la ecuación.


La Ilustración da un primer paso: sin negar la existencia de Dios, simplemente lo arrincona, convirtiéndolo en un postulado no demostrable, y afirmando que en cualquier caso Dios no interviene en el mundo. El proceso culminará más adelante, con los humanismos ateos de finales del s. XIX y principios del XX, que negarán militantemente la existencia de Dios.


La Ilustración, por su parte, buscará construir una fundamentación para la dignidad humana que no requiera de ninguna referencia a Dios. Fundamenta el valor del hombre desde el mismo hombre. Esto lo hace, fundamentalmente, por cuatro vías:


  1. Fe en el poder humano: Los pensadores de la Ilustración tenían una gran confianza en la razón humana y su capacidad para entender y mejorar el mundo. Este enfoque se centraba en lo que los humanos pueden lograr por sí mismos, en lugar de depender de fuerzas divinas o sobrenaturales.
  2. Humanismo secular: Muchos de los valores de la Ilustración, como la dignidad y la libertad humanas, se centran en el bienestar humano. Aunque algunos pensadores de la Ilustración daban un cierto valor a la creencia en Dios, la tendencia general fue hacia un humanismo secular que pone el énfasis en la vida humana en este mundo, y la religión es válida en cuanto ofrece un soporte subjetivo que ayuda a conseguir los bienes intramundanos.
  3. Control sobre la naturaleza: La Ilustración también se caracteriza por la creencia en la capacidad de la humanidad para controlar y manipular la naturaleza para su beneficio. Esto se vio en el auge de la ciencia y la tecnología durante este periodo.
  4. Antropocentrismo en la ética y la política: En la ética y la política, la Ilustración insistía en la necesidad de una autonomía moral del hombre. Debe ser el propio ser humano el que determine, empleando su razón, las normas de su conducta. El recibir normas morales de una instancia superior sería indigno del hombre.


7.5. Deísmo y religión

Aunque entre los pensadores ilustrados hubo una amplia gama de posturas religiosas, desde el ateísmo de Holbach hasta el teísmo piadoso de Newton, la postura más característica de la Ilustración con respecto a la relación con Dios es el deísmo. Ya lo hemos descrito como una creencia teológica que sostiene la existencia de un Dios creador, pero niega que éste interfiera en los asuntos del universo después de su creación. En esta visión, Dios no se revela sobrenaturalmente a través de textos sagrados o profetas, ni tampoco podemos conocerlo por analogía con las cosas creadas. A lo más que podemos llegar es a postular su existencia como una hipótesis necesaria de trabajo.


En el pensamiento deísta, ese Dios que no tiene interés por intervenir en el mundo tampoco muestra ningún aprecio por el culto que se le tribute. Se trata más bien de un ente abstracto, impersonal, con el que no tiene sentido establecer una relación. En ese sentido, los cultos y ritos religiosos carecerían de valor en sí mismos. Como consecuencia, las instituciones religiosas tampoco son necesarias.


Para los ilustrados, la religión consiste esencialmente en llevar una vida moralmente correcta. En esta manera de entender la religión, la verdadera Iglesia sería invisible (obsérvese la conexión con Lutero), y consistiría en una comunidad ética de personas bienintencionadas. La religión, ante todo, es un acto racional, por el que el hombre determina las obras que debe hacer y las que debe evitar, y se determina a vivir conforme a esos principios.


Las instituciones religiosas, los ritos y cultos, serían solamente útiles en la medida en la que ayuden al hombre a vivir de manera moral. La Ilustración rechaza la superstición, que pretende ganarse el favor divino mediante la realización de determinadas ceremonias, atribuyéndoles un significado cuasi mágico, y con eso podemos estar de acuerdo. Pero rechaza de la misma manera que la oración o los ritos litúrgicos sean una manera de entablar una relación personal con Dios y de recibir el auxilio de su gracia. Todos esos actos sólo sirven como apoyo subjetivo, para quien lo necesite, y como tal son perfectamente prescindibles. No entra dentro de su pensamiento el hablar de una Iglesia o unos ritos necesarios para la salvación.


Más aún, el mismo concepto de salvación es criticable para los ilustrados, por cuanto implica obrar en vistas a una recompensa o castigo. El hombre moral ilustrado debe obrar únicamente por sentido del deber, por fidelidad a su propia conciencia. Lo contrario es una «heteronomía» infantil, impropia de una humanidad que ha alcanzado la mayoría de edad.


7.6. Moral autónoma

Otra característica clave de la Ilustración es la defensa de la autonomía moral. Es decir, el ser humano debe darse a sí mismo su propia ley moral por medio de su razón. Del mismo modo, también debe encontrar en esa razón la motivación para obrar bien. Es decir: tiene que usar su razón para discernir cuáles son los principios de comportamiento que considera correctos, y también aceptar racionalmente el deber de obrar conforme a ellos. Este discernimiento de la razón, en teoría, debería llevar a todos los seres humanos a coincidir en los mismos principios morales, pues la razón bien usada por parte de todos debería conducir a ese resultado.


Según Kant, la ética debe limitarse a esto, a decir a los individuos cuál debe ser el criterio para que disciernan lo que es bueno (que no obren según sus sentimientos o intereses personales, sino conforme a las leyes universales que disciernan con su razón), y dejar que sean ellos los que usen su razón para discernir los principios particulares. Habrá otros autores entre los ilustrados, sobre todo en el ámbito anglosajón, que sí enunciarán preceptos concretos, en la forma de derechos naturales inalienables del ser humano, como el derecho a la vida, la libertad o la propiedad. Pero siempre fundamentando estos derechos en el juicio de la razón que los ha discernido, nunca fundándolos en una autoridad externa o una revelación divina. Para la Ilustración, recordemos, Dios es un postulado indemostrable, cuya existencia se asume, pero no tiene influencia directa en el comportamiento moral. El único fundamento para la moral es la propia razón humana.


Esta moral autónoma se considera el requisito necesario para que exista verdadera libertad. El hombre será libre cuando sea él mismo el que se dé sus propias leyes morales. Por el contrario, acoger leyes de conducta dadas por una instancia superior («heteronomía»), como puede ser Dios que se revela al hombre, se considera un estado de inmadurez y falta de libertad, propio del pasado y ya superado. Debemos tener presente que la concepción de libertad ilustrada es la que definíamos como libertad absoluta, una libertad como simple arbitrio para elegir o no, donde el mayor número de opciones disponibles conlleva una mayor cantidad de libertad. Se diferencia de la concepción cristiana de libertad, que no se considera un fin en sí misma, sino que está orientada hacia su plena realización en el amor: en el pensamiento cristiano, no prima la cantidad de opciones disponibles, sino la cualidad, el cómo se usa esa libertad, para hacer que la libertad sea buena.


7.7. Origen de la autoridad y del derecho

El principio de autonomía rige la moral del individuo. Al mismo tiempo, el ideal de la moral ilustrada es una libertad lo más amplia posible, en lo que se refiere a la posibilidad de elegir: se trata de eliminar todos los límites posibles en el ejercicio del libre arbitrio. Nos preguntamos ahora: ¿cómo se refleja esto a nivel colectivo, en la organización de la sociedad? Bien, a partir de los principios ilustrados se desarrollará la teoría del liberalismo político, que aboga por la protección de los derechos individuales y la limitación del poder del Estado, con el objetivo de salvaguardar la libertad individual.


Pero, a pesar de esta insistencia en la autonomía y la libertad del individuo, sigue siendo necesario justificar la existencia de una sociedad, y de una autoridad que la rija. En el pensamiento cristiano, recordemos, la cohesión social viene dada por la referencia a Dios, origen último de la autoridad, que la delega en los gobernantes, a quienes los súbditos obedecen como representantes de Dios. ¿Qué dice la Ilustración?


En el pensamiento ilustrado, eliminada la referencia a Dios, hay que buscar otro fundamento para la autoridad, que aglutine a la sociedad. Este fundamento será la teoría del «contrato social». Simplificando, esta teoría viene a decir lo siguiente: Los individuos están dotados de derechos naturales inalienables por ser seres humanos, derechos que la razón pone de manifiesto. Todos los hombres son libres e iguales por naturaleza, y tienen una serie de derechos que les pertenecen. Pero, para poder garantizar el ejercicio de sus derechos sin que otros se lo impidan, los individuos ceden parcialmente esos derechos a un estado, que se encargará de gobernar la sociedad de hombres libres. Eso lo pueden hacer porque son totalmente dueños de sí y de sus derechos, cada hombre es «soberano» de sí mismo, y cede su soberanía al estado. Por lo tanto, el origen de la autoridad y la soberanía están en el mismo individuo, sin que haya ninguna instancia ulterior (divina) ante la que respondan, y sólo por una decisión libre de los individuos, esa soberanía será cedida a los gobernantes.


Si nos preguntamos por el origen del derecho, según lo que hemos dicho los ilustrados, inicialmente, defendían una forma de derecho natural. Ahora bien, se distinguían claramente de la concepción cristiana por el hecho de que no veían en las leyes naturales un reflejo de la sabiduría divina que había creado la naturaleza, sino simplemente un reflejo de la razón humana que las descubre. El paso siguiente, cuando Kant diga que la razón humana no puede conocer cómo son las cosas en sí, sino solamente postular ideas que rijan nuestro comportamiento, será decir que la razón no descubre las leyes naturales, sino que las crea. Esa será la concepción que se impondrá con el liberalismo, tras la Revolución Francesa. Los derechos del hombre ya no serán algo inherente a ellos por naturaleza, anterior al estado, sino algo que el estado, usando de la soberanía que le han otorgado los individuos libres mediante el consenso, les otorga a los ciudadanos.


Por lo tanto, puede observarse cómo el iusnaturalismo inicial reconocía una ley natural: las leyes son obligatorias porque son justas, el legislador debe reconocer una justicia natural anterior a él y adaptarse a ella. Pero le quitaba su fundamento en Dios, poniéndolo solamente en el hombre (iusnaturalismo antropocéntrico). Obsérvese que hay en ello una incoherencia: se reconoce una ley en la naturaleza, en una naturaleza que el hombre no ha creado, pero la ley misma sí sería creada por el hombre. Al final, se elimina este equilibrio inestable, y la Ilustración acaba derivando en el iuspositivismo: las leyes son justas porque son obligatorias, el legislador es fuente de la justicia. Esta será la concepción del derecho que se imponga en los estados liberales (Hanisch 1974, 161).


7.8. Valoración: la Ilustración como desvinculación

Hemos titulado esta parte «La Ilustración y la desvinculación de la revelación divina», insertándola así dentro de un proceso de progresiva ruptura de los vínculos del hombre con Dios, que es la esencia de la secularización. En este proceso, vendría a recoger la herencia del protestantismo, que había roto el vínculo del creyente con la comunidad eclesial, dejando al individuo solo en su relación con Dios; y el vínculo entre fe y razón o entre lo sobrenatural y lo natural, negando al ámbito de la fe cualquier influencia sobre el ámbito secular.


La Ilustración profundizará esta desvinculación, dando el paso de negar la posibilidad de una comunicación entre Dios y el hombre. Aún se mantiene la creencia en que Dios existe, ya como un postulado necesario para explicar la existencia del mundo (es decir, como Creador), ya como un postulado de la moral que nos mueva a obrar bien. Pero se le niega toda posibilidad de intervenir en el mundo una vez lo ha creado, ni de relacionarse con el hombre.


También se mantiene un cierto vínculo con la naturaleza, principalmente al comienzo de la Ilustración, reconociendo que el ser humano puede conocerla y descubrir leyes en ella, no solamente en lo que se refiere a las nacientes ciencias empíricas, sino además en aspectos morales: se reconoce una ley natural. Pero hacia el final de la Ilustración, fruto sobre todo del Idealismo alemán iniciado por Kant, se abandonará también la vinculación con una naturaleza que es normativa para el comportamiento humano, y se proclamará una razón humana creadora de los principios morales, referencia última del bien y del mal.


Se ha hablado en ocasiones de la Ilustración como el «endiosamiento de la razón», concepto que fue materialmente realizado en la Revolución Francesa proclamando el culto a la razón como la religión oficial del estado, y dedicando de manera burlesca la catedral de Notre Dame a la Diosa Razón. Pero más allá de esos excesos violentos, lo cierto es que para los pensadores ilustrados, en general, la razón humana viene a ocupar el lugar que antes ocupaba Dios. Puede aquí hablarse de una pretensión de autodivinización del hombre.


Se tenía una confianza absoluta en la razón humana, de manera análoga a la confianza absoluta que el cristiano tiene en Dios. Se pensaba que esa confianza en la razón llevaría a la humanidad a su estado de plenitud, una plenitud que se habría dado el hombre a sí mismo: ya sería autónomo, y no necesitaría de Dios. Todo gracias a su razón.


A la larga, y en vista de las grandes catástrofes causadas en nombre de la razón y la ciencia durante los siglos XIX y XX, donde han tenido lugar las peores guerras y genocidios de la historia de la humanidad, esa confianza ilimitada en la razón se vendrá abajo. Tendrá lugar un enérgico movimiento pendular hacia el lado contrario, con una total desconfianza hacia la razón humana y su capacidad de hallar la verdad. Se dará así lugar a la posmodernidad, una época caracterizada por la minusvaloración de lo racional y objetivo en favor de lo emocional y subjetivo, que llega hasta nuestros días. Pero esto es adelantar acontecimientos, lo trataremos en detalle en el próximo tema.


7.9. Expansión de las ideas ilustradas

Los Ilustrados pensaban que su época era el fruto de la madurez o mayoría de edad de la humanidad, la salida de la «culpable minoría de edad» de los tiempos pasados, en los que se dependía de la autoridad y la tradición en lugar de confiar en el uso de la razón. Por lo tanto, desde este punto de vista, podría decirse que consideraban los avances hacia la secularización que se dieron durante la Ilustración como el fruto de una ley histórica en la que la humanidad progresa hacia su madurez. En cualquier caso, esta ha sido la idea que ha quedado a manera de poso en nuestra cultura actual: la Ilustración, y la secularización que trajo consigo, serían un avance en la evolución del ser humano, dentro de una concepción de la historia humana como un progreso indefinido.


A este respecto, nosotros seguimos repitiendo nuestra tesis principal: el proceso secularizador no ha sido el fruto de una ley histórica ineludible, ni del necesario progreso de la humanidad, sino de las acciones libres de las personas que han elegido orientar los acontecimientos en una determinada dirección. Cuando hablábamos del protestantismo, poníamos estas acciones libres en la decisión de los llamados reformadores de romper con la Iglesia, y en el apoyo que los gobernantes dieron a estas ideas con el fin de extender su poder al ámbito religioso desvinculándose de la autoridad papal. Ahora, en el caso de la Ilustración, nos parece que también se debe señalar que el triunfo de la secularización ilustrada no se fue dando en los pueblos de manera simplemente espontánea, sino que hubo al menos dos factores que fueron claves para orientar las sociedades europeas en esa dirección:


  1. La violencia revolucionaria: Las ideas de la Ilustración, en lo que se refiere al orden social, y particularmente a la secularización de la sociedad, fueron impuestas primero en Francia por la acción violenta de la revolución de 1789, en sus sucesivas etapas de Asamblea, Convención y Directorio, y luego a partir de 1799 se extendería al resto de Europa mediante la fuerza militar de los ejércitos napoleónicos. A lo largo del siglo XIX se seguirían produciendo revoluciones violentas en diferentes naciones europeas, que buscaban imponer el orden social liberal que era fruto de la Ilustración. En esas revoluciones, el espíritu antirreligioso solía estar presente en mayor o menor medida. Por otro lado, la revolución de las colonias británicas norteamericanas de 1775 tuvo también su fundamento en las ideas ilustradas, pero es cierto que en su desarrollo no estuvo tan presente el espíritu contrario a la religión como en las revoluciones que tuvieron lugar en la Europa continental. Algo similar se puede decir de las revoluciones que llevaron a la independencia de los países de la América hispana a principios del siglo XIX , que en un primer momento fueron respetuosas con la religión católica de la población. Aunque en este punto debemos hacer distinciones, pues hay algunos casos de naciones de la América hispana que derivarían después, ya avanzado el siglo XIX, en un secularismo agresivo y violento.
  2. Las sociedades secretas: A partir del siglo XVIII, con el desarrollo de la Ilustración, se crearon asociaciones para promover la implantación de las ideas ilustradas en la sociedad, generalmente de carácter secreto. La más conocida y la principal es la Masonería, nacida en Londres en 1717, que luego se iría escindiendo en diferentes ramas a lo largo de distintas naciones. Existen numerosos testimonios de conexiones de estas sociedades con la organización de las revoluciones, así como de las persecuciones religiosas que han llevado aparejadas. Testimonios que son tanto más elocuentes cuando se tiene en cuenta la naturaleza secreta de las sociedades en cuestión, que tiende precisamente a silenciar los testimonios de su actividad. La Iglesia Católica ha declarado en numerosas ocasiones la incompatibilidad de la pertenencia a estas sociedades con la pertenencia a la Iglesia, debido a que sus doctrinas fundamentales chocan con los principios de la fe en asuntos como el deísmo, el antropocentrismo exclusivo, la concepción autónoma de la razón, la libertad y la moral humanas, o la negación de la revelación sobrenatural (Bárcena 2016).


7.10. Particularidades de España y la América española

El comienzo de la Ilustración coincidió aproximadamente con el reinado de Felipe V (1700-1746), el primero de la dinastía borbónica en el trono español. Sería durante el reinado de su hijo y tercer sucesor, Carlos III (1759-1788), cuando las ideas de lo que se llamó el «despotismo ilustrado», proveniente de Francia, penetrarían con fuerza en la Corte y en algunos ambientes intelectuales. No obstante, los primeros ilustrados españoles (Jovellanos, Floridablanca, Feijoo, Florez, etc.), si bien acogieron el espíritu crítico y racional de la Ilustración, no secundaron con tanto ahínco el aspecto anticatólico que cundía entre los ilustrados franceses.


Ciertamente, en algunos sectores de las clases altas empezaba a aparecer una actitud de recelo o desdén hacia la religión católica, pero todo el mundo profesaba esta religión al menos externamente. La Iglesia seguía presente en todos los ámbitos de la sociedad, desde el pueblo llano que seguía considerándose íntegramente católico, hasta la política, en la que la colaboración del Estado con la Iglesia seguía sin cuestionarse. Recordemos que fue en tiempos de Carlos III cuando tuvo lugar el último gran impulso de las misiones españolas en América, bajo el patrocinio de la Corona: la evangelización de la Alta California, cuya figura más destacada fue Fray Junípero Serra. Bien es cierto que hubo desencuentros en este sentido, como la expulsión de los jesuitas, pero también habían sucedido episodios similares en la Cristiandad medieval sin que eso supusiera un cambio en el paradigma social.


7.10.1. En la España peninsular

Los eventos acaecidos en Francia a finales del XVIII durante la Revolución causaron un profundo rechazo en España, de manera similar a lo que había sucedido antes con el protestantismo. Incluso se unió a la Primera Coalición para hacer la guerra a la Francia revolucionaria en 1793, pero el poderío militar español de entonces no era el de dos siglos antes, y no tuvo éxito. Tampoco disponía de las armas intelectuales para combatir las ideas revolucionarias, como hicieron las universidades españolas del siglo XVI con las ideas de Lutero. Con todo, esto no obstaba para que el rechazo por las ideas revolucionarias fuera absoluto.


Cuando las tropas napoleónicas entraron en la Península Ibérica en 1808, dando lugar a la Guerra de la Independencia, ésta tomó un cariz esencialmente religioso. Entre las motivaciones de los españoles que se sublevaban contra el dominio francés, la defensa del catolicismo ocupaba un papel principal. Asimismo, la Constitución promulgada en Cádiz en 1812, durante la guerra, seguía siendo confesionalmente católica, a pesar de incluir muchos de los principios liberales.


Sin embargo, aunque el resultado de la guerra expulsó al invasor francés, las doctrinas liberales y secularistas que traía se quedaron a partir de entonces en el territorio español. No ciertamente aceptadas por la totalidad de la población, pero sí por una porción que fue creciendo, dando lugar a lo que se ha conocido como «las dos Españas». El enfrentamiento entre esas dos maneras de entender la sociedad, una fiel al tradicional orden social cristiano, otra partidaria del orden secularista liberal, caracterizará la historia contemporánea de España, siendo la causa profunda de numerosos enfrentamientos, persecuciones y guerras.


7.10.2. En la América hispana

Lo dicho para la España peninsular hasta el comienzo del siglo XIX vale también para la entonces España americana, pues aún existía esa unidad moral de la que hablábamos en el tema anterior.


Pero a partir de la invasión napoleónica, se iniciaron una serie de procesos de independencia, cuyo año de comienzo se suele señalar en 1810. El detonante fue, en gran medida, el rechazo a la nueva monarquía impuesta por Napoleón en la persona de José Bonaparte, que se veía como una amenaza para la fe católica que los pueblos de la América hispana tenían como seña de identidad.


Entre las principales figuras de esos procesos de independencia, los llamados «libertadores» (Bolívar, San Martín, Hidalgo)), la tónica general es la de declararse personalmente católicos e ideológicamente propensos al liberalismo. Con respecto al papel de la Iglesia en la sociedad, solían ser defensores de la separación Iglesia-Estado, y criticaban la tendencia del clero a apoyar la monarquía española, pero al mismo tiempo respetaron la religión católica de la población y las instituciones religiosas.


Pero a medida que avanzara el siglo XIX, irían haciendo acto de presencia el anticatolicismo y la persecución religiosa en las recién creadas naciones hispanoamericanas. Por supuesto, el proceso fue distinto en cada una de ellas, y habría que pormenorizar los casos particulares (tema que corresponde a otra asignatura). Podemos mencionar como caso destacado el de México: Durante y después de la Guerra de Reforma (1857-1861), los liberales mexicanos, liderados por Benito Juárez, implementaron una serie de reformas anticlericales para reducir el poder y la influencia de la Iglesia Católica. Estas reformas incluyeron la expropiación de bienes eclesiásticos, la supresión de órdenes religiosas y la secularización de la educación. Su ejemplo sería seguido, por mencionar otro ejemplo, en Guatemala, donde el gobierno de Justo Rufino Barrios (1873-1885) implementó reformas anticlericales similares a las de México. Nos encontraremos también con casos como el de Ecuador, en el que un presidente como Gabriel García Moreno (1861-1875), favorable a la presencia de la religión católica en la sociedad, sería asesinado por grupos anticatólicos.