La Iglesia en la Restauracion 2
De EIFA - Estudios Interdisciplinares de las Fuentes Avilistas
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5. La Iglesia en la Restauración
5.3. Iniciativas católicas
Al hilo de nuestra caracterización de los diferentes pontificados del periodo en su relación con España, hablamos de algunas iniciativas importantes que tuvieron lugar en cada uno de esos pontificados. Vamos ahora a mencionar otras iniciativas, que tienen un carácter más transversal a lo largo de la Restauración.
5.3.1. Inquietud misionera
Dentro del contexto de la explosión fundacional y la restauración de las órdenes religiosas que tuvo lugar en la segunda mitad del XIX, jugó un papel importante el movimiento misionero. Si mencionábamos antes las misiones populares que llevaron a cabo sacerdotes predicadores en la España peninsular, añadimos ahora que, antes de que se produjera la emancipación de los territorios españoles de ultramar en 1898, las islas del Caribe y Filipinas recibieron también un gran número de sacerdotes misioneros que realizaron allí una amplia y abnegada labor. Esos territorios estuvieron menos afectados por las desamortizaciones y, de hecho, se permitió la permanencia de alguna casa en la Península para formar a los misioneros destinados a ellos.
Destaca especialmente la labor de los padres dominicos en Filipinas, tanto en la faceta evangelizadora como en la civilizadora y de promoción humana de las islas. Las Filipinas constituían una provincia dominica aparte, que aún perdura en nuestros días. Otro ejemplo es el trabajo de la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, fundados por San Antonio María Claret en 1849. Él mismo había sido misionero popular en las tierras catalanas, y más tarde obispo misionero en Cuba, antes de ser llamado para confesor de la Reina. La labor de los misioneros claretianos continuaría a lo largo de los siglos XIX y XX, tanto en la Península como en otros lugares del mundo.
5.3.2. Formación y espiritualidad
La piedad del pueblo se mantuvo bastante viva, aún en los periodos en los que había arreciado más la persecución religiosa. Ahora bien, se trataba de una piedad aún de corte barroco, muy afectiva y práctica, devocional y un tanto carente de formación intelectual profunda. Se refleja aquí esa pobreza doctrinal causada por la mala formación del clero y la extinción de los regulares. Prevalecía la devoción «sencilla, afectiva, humana, que viene de la baja Edad Media» (Jiménez Duque 1979, 417), de base franciscana en gran medida, si bien los frailes franciscanos ya no podían acompañarla.
Pero con el retorno de las órdenes religiosas en la Restauración, el panorama cambió un tanto. La mejor formación religiosa que recibían los jóvenes en los centros de enseñanza de las órdenes, así como las misiones populares, los ejercicios espirituales, los libros y folletos religiosos, etc., ayudaron a que la religiosidad del pueblo, sobre todo entre las clases medias y altas, fuese evolucionando hacia una piedad más instruida, menos romántica y más conforme al espíritu de la época.
Fueron muchas las iniciativas que podrían nombrarse aquí. Se crearon un gran número de asociaciones piadosas, que con frecuencia tenían también un carácter benéfico y/o apostólico. Por lo que se refiere a las congregaciones religiosas, a las tradicionales que ya estaban en España anteriormente y se restauraron en este periodo, y a las fundaciones propiamente españolas, vinieron a unirse un gran número de congregaciones fundadas en otros países, sobre todo Francia e Italia. La mayoría de las congregaciones fundadas en estos países a finales del XIX, que fueron muchas, establecieron alguna casa en España.
5.3.3. El feminismo católico y la Acción Católica de la Mujer
En las primeras décadas del siglo XX, la participación de la mujer en la vida pública, así como su acceso a la educación, distaba aún mucho de ser equiparable a la del varón. En lo que se refiere a la actividad política, esta realidad se daba tanto en los ámbitos más conservadores como en los liberales o socialistas. En este ambiente, se empezaron a fundar diferentes asociaciones encaminadas a lograr la equiparación de los derechos públicos de las mujeres con los de los hombres, tales como la Asociación Nacional de Mujeres Españolas, la Juventud Universitaria Femenina o la Sociedad Concepción Arenal. Estas asociaciones, sin bien contaban entre sus miembros muchas mujeres católicas, eran por lo general institucionalmente aconfesionales, y en ocasiones estaban incluso teñidas de una ideología laicista.
5.3.3.a. Pensamiento feminista católico
Por parte católica, en las dos primeras décadas del siglo tiene lugar una reflexión importante que busca conciliar la fe católica con los principios feministas, tomando como punto de partida la obra de Concepción Arenal. Destacó especialmente, por sus reflexiones feministas desde una óptica católica, la escritora Concepción Gimeno de Flaquer. Entre los teólogos que también emprendieron esta tarea, destacan el jesuita Julio Alarcón, el agustino Graciano Martínez, y el sacerdote secular Mariano Arboleya (González Miren 2018). Sus reflexiones partían de la afirmación bíblica de la igual dignidad del hombre y la mujer, así como sus diferencias y complementariedad. Insistían en rebatir a algunos autores contemporáneos que pretendían afirmar una menor capacidad intelectual en la mujer con respecto al hombre, que justificaría su menor participación en la vida política y cultural. Al mismo tiempo, siguiendo a Arenal y en sintonía con otras pensadoras católicas del siglo XX como Edith Stein, reflexionaban desde las diferencias entre hombres y mujeres sobre cuáles serían las tareas más apropiadas para cada uno de los sexos. En este sentido, la atribución de ciertos roles específicos podía estar en mayor o menor medida condicionada por la época, y no ser igual de válida para las circunstancias actuales. Pero lo importante es la afirmación de la igualdad en cuanto a dignidad y capacidades intelectuales de ambos sexos, que debe reflejarse en una igualdad de derechos políticos y sociales. Una evidencia que hoy tenemos muy asumida, pero por entonces era necesario defenderla.
5.3.3.b. La Acción Católica de la Mujer
En cuanto a las iniciativas de orden práctico, el gran proyecto en este ámbito fue la creación, en 1919, de la Acción Católica de la Mujer (Salas Larrazábal 2003). La idea era crear una institución en favor de la mujer que tuviese un carácter decididamente católico, a diferencia de las ya existentes que, como dijimos, oscilaban entre la aconfesionalidad y el laicismo. El principal promotor del proyecto fue el cardenal Guisasola, arzobispo de Toledo. Desde este momento, la ACM se convierte en un faro de feminismo cristiano, una respuesta a la necesidad de incorporar a la mujer en el Movimiento Social Católico de España. Desde su comienzo, estuvo apoyada por importantes personajes de la época, como el político Antonio Maura o la escritora Emilia Pardo Bazán.
La ACM no se limitó a ser una asociación de carácter piadoso o benéfico, como habían sido la mayoría de asociaciones de mujeres católicas hasta el momento. Fue una organización que buscó ir más allá, asumiendo como cometido la formación de la mujer en todos los ámbitos de la vida, desde lo laboral hasta lo espiritual. Se fomentó la educación y la sindicación femenina, y se debatió sobre el sufragio de la mujer. La ACM se convirtió en un espacio donde la mujer católica pudo ser tanto devota como activista social, sin que lo uno excluyera a lo otro.
El carácter nacional y federativo de la ACM permitió que sus iniciativas tuvieran un amplio alcance. Desde su primera asamblea en 1920, la organización se centró en mejorar las condiciones laborales de las mujeres, fomentar su educación y defender sus derechos. La ACM se convirtió en un puente entre la fe y la acción social, entre la Iglesia y la sociedad.
La ACM también se destacó por su capacidad para adaptarse a los tiempos. En una época en la que el feminismo secular ganaba terreno, la ACM ofreció una alternativa que no sacrificó la fe en el altar de la igualdad. Se abogó por el sufragio femenino y otras formas de intervención en la vida pública, pero siempre dentro de un marco que respetase la doctrina católica y las funciones propias de la mujer como madre y esposa. Se preocupaba también de denunciar la explotación de la mujer en el orden social y laboral. Sin embargo, la ACM no fue inmune a las tendencias de la Iglesia del tiempo. La Acción Católica Española, en consonancia con la fuerte vinculación hacia Roma que tenía la Iglesia española en general, seguía muy de cerca los pasos que el Papa iba marcando para la Acción Católica Italiana. Cuando el auge del fascismo hizo que se reformaran los estatutos de la AC en Italia, para orientarla más hacia fines propiamente apostólicos y espirituales y menos hacia los sociales y políticos, en España se siguieron los mismos pasos. De ese modo, aunque en sus primeros años la ACM se centró en cuestiones sociales y laborales, a partir de 1926 se replegaría más hacia el campo de la espiritualidad, la formación cristiana y el apostolado. Pero incluso en ese repliegue, la ACM siguió siendo un testimonio de la capacidad de la Iglesia para dialogar con el mundo, para encontrar un equilibrio entre la tradición y la modernidad.
La restauración de las órdenes religiosas trajo consigo un auge del afán misionero, tanto en lo que se refiere a misiones populares en la España peninsular, como a la evangelización y promoción humana en los territorios de ultramar.
Otro fruto del restablecimiento de los religiosos fue la mejora en la formación espiritual del pueblo cristiano, que dio lugar a una piedad más instruida, menos romántica y más conforme al espíritu de la época.
En las primeras décadas del siglo XX se trabajó por la promoción de los derechos de la mujer desde una óptica cristiana. Esto tuvo lugar en el ámbito del pensamiento, con escritoras como Concepción Gimeno y teólogos como Julio Alarcón, y en el ámbito práctico, con la creación en 1919 de la Acción Católica de la Mujer.
5.4. Pensamiento católico
Terminamos con unas breves menciones de algunos de los pensadores católicos más destacados de los años de la Restauración.
5.4.1 Menéndez Pelayo
El primer autor, de obligada mención, es Menéndez Pelayo (1856-1912).
En la historia de la intelectualidad española, pocos nombres resuenan con tanta fuerza y dignidad como el de Marcelino Menéndez Pelayo. Nacido en Santander en 1856 y fallecido en la misma ciudad en 1912, Menéndez Pelayo fue un faro luminoso en el oscuro panorama de una España que buscaba su identidad entre la tradición y la modernidad.
Primero y ante todo, Menéndez Pelayo fue un hombre de profunda fe católica. Su catolicismo no era una mera etiqueta, sino el núcleo que informaba toda su obra y pensamiento. Como bien apuntó Laín Entralgo, su catolicismo era su «más amplio y fundamental» modo de ser, un catolicismo que entendía como inseparable de su identidad española. En su juventud, ya alzaba su copa para brindar por «la fe católica, apostólica, romana» como la esencia y la inspiración de la cultura y la historia españolas (Valverde 1979, 534-35).
Menéndez Pelayo no solo fue un erudito, sino también un apasionado defensor de la cultura y la historia españolas. En una época en que muchos intelectuales se volcaban hacia corrientes extranjeras, él se erigía como un baluarte contra el olvido y la tergiversación de la riqueza intelectual y espiritual de España. Su obra Historia de los heterodoxos españoles es un testimonio de su profundo amor por la tradición católica y su influencia en la formación de la identidad nacional. Lo que distingue a Menéndez Pelayo de otros intelectuales de su tiempo es su apertura y su rigor científico. Rodeado de un espíritu en el que cundía un cierto fanatismo y división, entre «izquierda» y «derecha», católicos tradicionales e intelectuales krausistas, él supo elevarse por encima de las polémicas estériles para dedicarse a la verdadera ciencia. Su obra es un monumento a la erudición, abarcando campos tan diversos como la filología, la historia de la literatura, la filosofía y las ciencias políticas.
Menéndez Pelayo no fue un hombre estático; su pensamiento evolucionó desde las posturas vehementes de su juventud hacia una mayor moderación y tolerancia. A medida que maduraba, su obra reflejaba una mayor serenidad y equilibrio. Aunque nunca abandonó su fe católica ni su amor por España, aprendió a dialogar con corrientes intelectuales diversas, incluidas las no católicas y extranjeras, enriqueciendo así su propia perspectiva.
A pesar de su monumental contribución a la cultura española, Menéndez Pelayo ha sido a menudo malentendido o ignorado, tanto por el lado «progresista» como por el «conservador». Sin embargo, su legado perdura como un testimonio de lo que significa ser un intelectual católico y español en el sentido más profundo y auténtico. Es una muestra de cómo el amor y la pasión por la propia tradición cultural no están reñidos con el rigor científico. En una época de confusión y polarización, la vida y obra de Menéndez Pelayo nos ofrecen una visión integradora y elevada de la fe y la cultura, que sigue siendo profundamente relevante en nuestro tiempo.
5.4.2. El catolicismo en la generación del 98
La Generación del 98, ese conjunto de intelectuales que emergió en la España de fin de siglo, se presenta como un crisol de actitudes ante la Iglesia y el catolicismo que, aunque diversas, comparten una cierta distancia crítica. Este grupo, marcado por la crisis de 1898 tras la pérdida de las últimas colonias, se sumerge en una profunda reflexión sobre la identidad nacional y, por ende, sobre la Iglesia como institución intrínsecamente ligada a la historia de España. Criticaron la decadencia de España, atribuyéndola en parte al catolicismo, y abogaron por una «europeización» del país que, entre otras cosas, comportaba la aceptación de los principios liberales y secularistas que regían otras naciones europeas.
Al mirar el conjunto de sus obras, se revela una complejidad en la relación de estos escritores con la Iglesia. Por un lado, se observa un laicismo marcado y una crítica a la influencia eclesiástica en la política y la educación. En esto son deudores del espíritu laicista de la Institución Libre de Enseñanza, la cual formó a muchos de los escritores de la generación del 98 e influyó decisivamente en los otros. Las lecturas comunes en estos autores, imbuidos en gran medida de la filosofía nietzscheana y el positivismo de moda en Europa, los inclinaban inevitablemente hacia un rechazo de la religión. Rechazo que no se trata de mero anticlericalismo, en el sentido de crítica a ciertas formas anticuadas y ampulosas de manifestación de la fe, sino de algo más profundo, una dificultad para aceptar el hecho de la revelación cristiana, en línea con el deísmo ilustrado y panteísta que imperaba en el pensamiento krausista de la Institución Libre de Enseñanza.
Por otro lado, se nota una cierta fascinación por elementos propios de la tradición religiosa católica, como por ejemplo la figura del sacerdote, aunque a menudo teñida de crítica y estereotipo. Y también una lucha, en algunos autores, entre el deseo de la fe y el rechazo de ella. Unamuno, quizás el más complejo de todos en su relación con la fe, encarna una vivencia «agónica» del cristianismo (Valverde 1979, 489). Su búsqueda espiritual se realiza en un terreno de conflicto entre la razón que rechaza la fe y el corazón que quiere aceptarla, entre la Iglesia institucional y la religiosidad personal. No es anticlerical en el sentido estricto, pero sí crítico con una Iglesia que ve como anquilosada, al mismo tiempo que evidencia una sincera e intensa búsqueda religiosa. Baroja, por su parte, muestra un talante más anárquico. Su crítica a la Iglesia se inscribe en una crítica más amplia a todas las instituciones y estructuras de poder. No es tanto la religión lo que le causa rechazo, sino la institucionalización de la misma.
En resumen, la Generación del 98 no presenta un pensamiento monolítico en lo que tiene que ver con el catolicismo y la Iglesia. Lo que sí comparten es una actitud de cuestionamiento y revisión crítica, una necesidad de redefinir la relación entre la fe y la identidad nacional en un momento de crisis profunda. Y aunque algunos puedan ver en esto un alejamiento de la Iglesia, quizás podría verse también como un llamado a la renovación y al diálogo, un anhelo, en última instancia, de encontrar en la fe y en la Iglesia respuestas a las preguntas eternas que agitaban sus inquietas almas. Por otro lado, también es cierto que los escritores de la generación del 98 eran más dados a la crítica generalizada que a la proposición de soluciones reales. Su afán renovador no cristalizó en proposiciones de cómo esa renovación podría llevarse a cabo, en lo que se refiere a la relación entre la fe católica y los nuevos desafíos sociales de la España del siglo XX.
5.4.3. Otras corrientes importantes
Por último, queríamos mencionar un par de corrientes de pensamiento importantes de finales del XIX, y a sus principales representantes.
La primera es el renacimiento de la filosofía escolástico-tomista. Su precursor fue el padre dominico Ceferino González (1831-1894), que empezó a publicar en la década de 1860. De este modo, creó un ambiente propicio para que hallase eco la encíclica Aeterni Patris escrita por León XIII en 1879 con el fin de promover los estudios de la filosofía y teología de Santo Tomás de Aquino. De este modo, la renovación intelectual en la que, como dijimos antes, intervinieron sobre todo los dominicos, jesuitas y agustinos, dio lugar a un número importante de obras de carácter neoescolástico. Estas obras tuvieron el mérito de animar intelectualmente los renovados centros de estudios teológicos que aparecieron en el pontificado de León XIII, si bien es cierto que les faltó un tanto de creatividad y capacidad de diálogo con su tiempo. De este renacimiento tomista surgiría un importante autor espiritual, el dominico Juan G. Arintero (1860-1928), cuya obra daría pie a un encendido debate en torno a la naturaleza de la ascética y la mística cristiana, que caracterizaría la teología espiritual española de comienzos del siglo XX.
La otra es el pensamiento católico integrista, representado sobre todo en la figura del sacerdote de Sabadell Félix Sardá y Salvany (1831-1916). Se caracterizó por ser el principal ideólogo de la tendencia teológica, filosófica y política que dio en llamarse «integrista». Sus escritos tenían un carácter fuertemente apologético y popular, con títulos muy incisivos y no carentes de un cierto gracejo. Su obra más difundida, El liberalismo es pecado (1884), alcanzaría gran difusión e influiría en el pensamiento de muchos católicos españoles de finales de siglo. Su tesis principal era que, si bien las formas políticas creadas por el liberalismo podrían en teoría ser aceptables, en la práctica iban siempre acompañadas de los principios del liberalismo filosófico, con lo que debían ser rechazadas de pleno. En el momento en el que apareció, su doctrina estaba en plena sintonía con lo que la Iglesia había enseñado, particularmente con el Syllabus de Pío IX. Ahora bien, en 1888 León XIII publicaría Libertas Praestantissimum, en la que abría la puerta a los católicos a la colaboración política en los regímenes liberales siempre que rechazaran los principios filosóficos. Este hecho, unido al daño que estaban haciendo las polémicas entre los católicos españoles, motivó que Sardá y Salvany moderase sus posturas hacia otras más conciliadoras, como se manifestó en el artículo ¡Alto el fuego! de 1896.
Marcelino Menéndez Pelayo destacó por su profunda fe católica y su apasionada defensa de la cultura y la historia españolas, abogando por un enfoque riguroso y abierto en la erudición, y cuyo legado ofrece una visión integradora de la fe y la cultura en tiempos de polarización..
La Generación del 98, influida por la Institución Libre de Enseñanza, mantuvo una relación compleja y crítica con la Iglesia y el catolicismo, cuestionando su papel en la identidad nacional de España y abogando por una «europeización» que incluyera principios liberales y secularistas, a la vez que algunos manifestaban inquietud y búsqueda religiosa.
A finales del siglo XIX, destacan el renacimiento tomista representado por Ceferino González y el integrismo católico representado por Félix Sardá y Salvany.